La historia, en los hechos, parece simple. Son las “memorias” escritas por una mujer mayor al enterarse de que padece de un cáncer terminal. En los pocos meses que le pronostican de vida, decide escribir. Un escribir íntimo para dejarle a sus hijos y reconciliarse con su vida y con sus seres queridos.
Madre que estás en los cielos es un ir y venir entre el presente y diversos momentos del pasado de la protagonista. Una historia desde la mirada femenina o, más bien, materna. Donde los afectos y el concepto -tradicional, en lo posible- de familia son centrales.
La novela está situada a fines de los 90, principios de los 2000. Momentos donde el machismo, la homofobia, el conservadurismo eran mucho más fuertes que hoy.
Hace 20 años
Cuando se publicó el libro -al menos en mi memoria-, destacaron en especial dos temas. Por un lado, el tema de este libro escrito por un hombre que asumía una voz femenina, la voz y la mirada de la madre. En un mundo donde las letras eran -todavía- muy masculinas en sus voces, temas y protagonistas, Madre que estás en los cielos se ubicaba en el polo opuesto.
Un segundo tema, era el de la homosexualidad. Un tema resistido, rechazado, en tiempos donde hacía poco se había logrado despenalizar la sodomía. Que, además, era planteado por alguien de familia “acomodada”, un ingeniero -el más destacado de su generación- de la Universidad Católica, con estudios en Estados Unidos. Simonetti fue una voz valiente, que asumió públicamente su homosexualidad en una clase social que acostumbraba a ocultarlo. (Porque las personas de clase alta podían hacerlo siendo “artistas” o viajando al extranjero).
La mirada materna
Quizás porque soy hombre, al leer el libro -hace 20 años como hoy- me olvido que está escrito por un hombre. La sensibilidad, las formas de pensar, los argumentos, la manera de plantearlos, los sentimientos y la manera de expresarlos no son masculinos. Me recuerdan libros escritos por mujeres, a amigas o a mi madre. Tal vez, por el hecho de ser hijo y no hija, tuvo la distancia -al tener una identificación distinta- para poder dar con un tono creíble (aunque en este punto debieran pronunciarse mujeres).
Dos formas de enfrentar la vida
“- …Estos hijos, Alberto, son nuestros, los q1ue educamos con amor y esmero. A un hijo no se le echa, no se le borra, ¡es como arrancarse un brazo!
(sic)
-No pierdas la cabeza, Negra, no vamos a pelearnos porque nos salió un hijo marica -dijo con un gesto de la mano que me pedía tranquilizarme-. ¿Crees que yo podría dormir con un maricón en la casa? -su voz había perdido su neutralidad- ¿Tan poco me conoces? Si se queda lo reviento a patadas o lo meto en un manicomio. ¿Qué prefieres?” (p 301)
Entre los tantos temas que aborda el libro, en este fragmento se sintetizan dos formas de enfrentar la vida. La madre que fija los límites, las fronteras, en la familia. Un límite que contiene, “incluso”, a un homosexual. Esa postura busca resolver los conflictos y diferencias adentro del seno familiar.
Por otro lado, el padre enfrenta la vida hacia afuera, enarbolando ciertos valores, normas, principios a nivel público. Es una suerte de guerrero que debe mostrarse como tal ante iguales como ante los contendores, aunque tenga que “sacrificar” a un hijo por estar fuera de las normas (de la guerra, de la caballería, de la mafia).
Identidad, reconocimiento y necesidad de amor
Releer el libro, cuando varios de los temas abordados han dejado de estar en primera línea del debate, permite hacerlo desde otras perspectivas.
Una de ellas es ver ciertos focos de tensión. Por ejemplo, las luchas y las estrategias desplegadas para obtener reconocimiento, ser vistos, aceptados. Los personajes presentan distintos tipos y niveles de inseguridades, de vulnerabilidades que tratan de ocultar. Así, despliegan estrategias para ganarse el favoritismo del padre o de la madre, de destacar. De responder mejor a los modelos establecidos.
En forma complementaria a lo anterior, y a veces junto a ello, está la búsqueda de cariño, de amor. De hijos e hijas a sus progenitores, de éstos respecto a sus hijos, en las parejas. Es un juego entre ser valorados y/o necesitar amor.
Finalmente, en juego o en choque con los temas planteados, está la necesidad de algunos por buscar y aceptar lo que son. Algo que debiera ser central, da la impresión que, algunas o muchas veces, se produce como un acto de rebeldía, de búsqueda frente al rechazo o a la incapacidad de calzar con los modelos impuestos.
Alzheimer, migrantes, aristocracia cerrada
En el libro, el esposo de la protagonista padece Alzheimer. Una enfermedad devastadora para quien la padece como para su entorno. Sin ser tema central, Simonetti sintetiza en forma breve y clara el drama que significa.
La protagonista como su esposo son descendientes de migrantes italianos. Ese aspecto adquiere peso en las estrategias de inserción y validación que despliegan algunos personajes. Es interesante deducir que no todos los migrantes europeos tuvieron la misma recepción en Chile, o que asumieron distintas formas de relacionarse con el país. En este sentido, aparece implícito que los esfuerzos desplegados por inmigrantes para ser reconocidos e insertarse tiene costos, a veces muy altos. Un punto que sigue vigente, solo que, en su mayoría, para migrantes mucho más desfavorecidos y precarios.
Por último, Madre que estás en los cielos expone la fragmentación social en la propia clase alta, donde existen familias tradicionales y otras advenedizas. Algo que, se supone, ha disminuido, pero sigue vigente.
Madre que estás en los cielos, de Pablo Simonetti, es un libro que envejece muy bien. Es un libro que plantea muchos temas, de manera sensible, directa, manteniendo actualidad. Además, es un libro escrito desde el cariño lo que permite disminuir barreras, invocar la empatía.