La historia de la humanidad abunda en estrategias de sometimiento, sea la de unos pocos contra una mayoría, la de grupos enfrentados a otros, o de pueblos contra sus vecinos. Para ello, se establecieron clases sociales rígidas, determinadas características físicas se instalaron como superiores o se reservaron determinadas funciones de poder. También se usó la destrucción de patrimonio y elementos identitarios, desplazamientos forzosos que truncaron para siempre la relación con la tierra y sus ancestros, con la memoria. Hasta llegar a eliminar al oponente, al enemigo mediante crímenes, masacres y genocidios. Y mucho más, sumado a las diversas formas de llevar a cabo cada una de las posibilidades antes mencionadas.
Muchas veces se ha dicho y reiterado que uno de los primeros pasos, en este proceso de someter o eliminar al oponente, es desprestigiarlo, denigrarlo, caricaturizarlo y demonizarlo. Deshumanizarlo. Desde atribuirle características físicas, intelectuales, productivas o criminales, a construir narrativas. A mentir. Y con ello orquestar campañas comunicacionales.
En la historia reciente sobran casos, destacando el del nazismo con los judíos, a los que sumaron oponentes políticos, homosexuales, gitanos y personas con discapacidades.
Nuevas formas de anular al otro
Sin embargo, el mundo cambia de manera vertiginosa. Con ello, se crean nuevas formas de dominación y de anular al otro. Otro que puede estar acotado territorialmente o disperso, lo que podría hacer más difícil la labor.
Un primer factor es que no se necesita “controlar” la prensa como lo hacían las dictaduras “tradicionales”, como incluso todavía hacen en Nicaragua o China, por mencionar solo dos. Hoy resulta más simple abrir las compuertas de las redes sociales a todo tipo de mensajes, desde hace poco sin ningún tipo de restricciones. Entonces, en nombre de una supuesta democracia, de democratización de las redes, las mentiras, los insultos, son tan válidos como las verdades o las opiniones fundamentadas. (Aceptando que no hay verdades únicas).
En esa proliferación inabarcable de notas, videos, comentarios, es fácil no solo perderse, sino también perder la perspectiva. Y se hace difícil separar lo importante de lo accesorio, lo general de lo particular, y diferenciar medios responsables de otros poco fiables o abiertamente engañosos. El exceso relativiza, hace que todo acabe teniendo el mismo valor y que las personas se pierdan. Si sumamos el que autoridades repliquen información falsa y luego se nieguen a rectificar y pedir disculpas, entonces el mensaje es que mentir no tiene costos.
Lo anterior no implica que los operadores, y grupos con grandes recursos, no censuren, no promuevan determinados mensajes y dificulten la circulación de otros. Que inunden con ciertos contenidos y bloqueen otros.
Así, más que difundir mentiras o caricaturas sobre el “otro”, basta con generar excesos, caos y atizar el odio. Porque esto último, circulan con rapidez y, por qué no decirlo, gozan de más credibilidad. Por lo mismo, además son más rentables para los propietarios de plataformas. Entonces, la mentira es además un buen negocio.
No estoy del todo convencido de que “la verdad nos hará libres”. Con suerte, nos hace más conscientes. Pero sí tengo la certeza de que, lo que está pasando hoy, nos hace más vulnerables, dependientes y cada vez menos capaces de tomar decisiones informadas y conscientes.
Estamos al borde del abismo
Si lo anterior fuera poco, podemos agregar otros factores. Un individualismo extremo ha llevado a no considerar al otro. O hacerlo solo después de satisfacer todas las necesidades creadas por un modelo que nos ha hecho insaciables.
Después de la Segunda Guerra Mundial se pensaba que la lucha por el Derecho Internacional y los Derechos Humanos sería una base sólida para ir reduciendo guerras y violencias que solo se podía ampliar, con los Derechos de Niñas y Niños, por ejemplo. Pero hoy esos derechos están siendo cuestionados como nunca antes en los últimos 75 años.
Además, en la lucha por incorporar a grupos históricamente discriminados e ignorados, como por ejemplo las minorías sexuales o personas con TEA, se han abierto sin pudor armarios y clósets sin fondo; los esfuerzos hacia la tolerancia y la inclusión han liberado a ese genio iracundo que creíamos encerrado para siempre en la botella, y que ahora regresa reinventado de neonazi, fascista, estalinista, racista, homofóbico, machista, misógino o “libertario”. Esos que creen que su libertad personal es mucho más importante que la de los demás. Incluso la de todos los demás.
El concepto de una humanidad conformada por comunidades que se integran por afectos, vivencias y cultura comunes está en peligro. La búsqueda del consenso basado en la idea del bien común parece cosa del pasado. El fuego compartido de la caverna ahora es un “commodity” que sus dueños defienden a sangre y fuego.
La pérdida de la palabra, un paso adelante
Lo antes expuesto, hace pensar que estamos al borde de un precipicio, aunque en otros aspectos, estamos frente a varios precipicios. Y es posible que hagamos lo que dijo Pinochet;
“Ayer estábamos al borde del abismo, hoy hemos dado un paso hacia adelante”. (https://citas.in/)
No fue muy original en su torpeza. Antes, el dictador Francisco Franco había afirmado: “Estábamos al borde del abismo, pero hemos dado un paso hacia adelante.”
Ese paso, ante el abismo en el que nos encontramos, es la destrucción del lenguaje. De la gran herramienta para comunicarnos, para intercambiar ideas, sentimientos, poder conversar, discutir y llegar a acuerdos. Para crear colectivamente.
Es sorprendente que líderes como Netanyahu y Trump, en sus afanes de imponer su agenda, más que mentir o engañar, destruyen el significado de las palabras. Simplemente hablan sin reparar siquiera en el significado de las palabras. Así, por ejemplo, libertad deja de tener el significado que tenía, incluso el que pudo darle en particular un dictador. En boca de ellos puede significar muchas cosas y a la vez nada. Un día puede ser una cosa y días después algo completamente diferente.
Así, millones de personas pueden transformarse, en su acrobacia retórica, en terroristas sin mayor trámite, y criminales de guerra en patriotas o defensores de sus pueblos. Una masacre, un genocidio, un legítimo acto de defensa, aunque sea en un territorio ajeno. Y la “libertad económica”, manejada por un grupo selecto de corporaciones y países, convertirse en la “madre” de todas las otras libertades, que una vez relegadas a lo secundario se vuelven irrelevantes y hasta innecesarias.
Lenguaje, conflictos y vulnerabilidades
Hace unos quince años leí un libro con un exhaustivo estudio sobre los graves conflictos en la convivencia escolar en Marsella, Francia. Una de las conclusiones era que, si recuerdo bien, el 52% (aunque puede ser el 62%) de los conflictos se originaban por una mala comunicación. Porque alguien no se expresaba bien, el otro no entendía correctamente lo que se le estaba diciendo o ambas. Parte de esas dificultades surgían por la existencia de muchos niños y jóvenes migrantes, que usaban muchas palabras de sus lenguas maternas.
¿Cómo la situación anterior podría modificarse si además vaciamos de sentido al lenguaje?
Demonizar fue una herramienta eficiente por parte de los nazis, y de tantos más. Una herramienta muchas veces difícil de detectar, de denunciar y de erradicar. La destrucción del lenguaje es aún más difícil y el resultado puede ser mucho más devastador: personas, grupos y comunidades cada vez con mayores dificultades para construir relatos comunes, dialogar y llegar a acuerdos. Donde las frustraciones e impotencia fomenten desencuentros y violencias.
La destrucción del lenguaje puede ser una forma eficiente para dividir y hacer más manipulable a las personas. Es un proceso que solo puede favorecer a quienes tienen el poder.
Esa pérdida de sentido del lenguaje, que va más allá de palabras como masacre, genocidio, democracia y tantas más, conlleva una pérdida de pertenencia, de capacidad de comunicarse, de ser. Es hacer realidad, traer al presente, esa historia bíblica de la “Torre de Babel”. Es un gran paso hacia adelante… al borde del abismo. Es la deshumanización masiva provocada por los matones que deciden de forma arbitraria. Y a punta de garrote.